«Cultura legal»

Cada vez más a menudo me estoy encontrando con asuntos relativamente sencillos, pero de compleja defensa porque el cliente no ha sabido o no ha podido llevar a cabo una serie de actuaciones que le hubieran evitado quebraderos de cabeza, costes económicos, y pérdidas de tiempo. A veces me pregunto, por qué los clientes no acuden al despacho antes de, sino después del desastre o cuando tiene difícil solución.

Me pregunto si se debe a falta de «cultura legal», es decir, a un mínimo de conocimientos elementales pero prácticos y muy útiles, por parte de la mayoría de los ciudadanos (especialmente necesarios cuando eres trabajador autónomo o empresario), o si se debe a otros factores. Todos (creo) nos hemos enfrentado a algún procedimiento en el que el cliente por acción o por omisión, ha complicado la defensa del asunto, y lamentamos que no haya acudido a nosotros un tiempo antes, o no enviara un sencillo requerimiento, o que no tenga en el protocolo de actuación de su empresa un sistema de sencillas acciones que evite importantes costes en un futuro proceso judicial.

Pues independientemente del carácter español (sabemos de todo), y de que somos atrevidos, en muchos casos tenemos el criterio de la prudencia bajo mínimos o en desuso, creo que es en parte culpa de los abogados, aquí es donde me caen algunos palos supongo, pero me explicaré.

Entiendo que la cultura occidental nos condiciona, y estamos más acostumbrados a reparar que a prevenir, un ejemplo claro es la medicina, y otro la figura del abogado, es decir, no voy a asesorarme a  mi abogado antes de firmar un contrato, no, yo lo firmo y si la cosa sale rana mi abogado que lo arregle. Este papel creo que debería cambiar (estoy seguro de que será así), deberíamos convertirnos en una especie ángel de la guarda de nuestros clientes, alguien en quien confiar y quien le haga ganar dinero o evitar pérdidas.
Por ejemplo, en otros países europeos, no se firma ni el contrato de suministro del agua sin tu abogado, pero aquí en España, firmamos contratos de arrendamientos por cuantía de varios miles de euros sin parpadear, no lo tenemos por un asesor, sino por un picapleitos, no hemos sabido vendernos.

Este rol del abogado «asesor» ha sido despreciado tradicionalmente, de hecho, en el primer despacho en el que trabajé, y en uno de mis primeros asuntos, cuando comenté orgulloso que había conseguido un acuerdo extrajudicial bastante beneficioso para el cliente, por plazos, costes y evitar un proceso judicial (más vale un mal acuerdo que un buen juicio), la respuesta que recibí fue: «…pues mal hecho, primero se presenta la demanda y después se negocia, así te aseguras los honorarios por la presentación de la demanda» NO COMMENTS

No hice caso, ni lo haré, creo que no es correcto, ni práctico. Sin embargo, ahora después de años de elegir rentabilidad en lugar de otro tipo de beneficio, como fidelización y cuidado del cliente,  mejora imagen del despacho, etc. nos encontramos con abogados al borde de un ataque de nervios,  tirándose como locos al «low cost» , y cobrando por un procedimiento judicial (que durará salvo honrosas excepciones alrededor de un año aproximadamente) menos honorarios que lo que puede cobrarse por realizar asesoramiento a ese mismo cliente en unos meses, y además evitar el procedimiento o tenerlo ya encauzado. Resulta paradójico.

Tampoco creo que un sistema de trabajo basado en precios bajos sea idóneo para un sector en el que se presta un servicio, y no un producto, sin hablar de que en la mayoría de los casos, despachos pequeños (a los grandes ni se les ocurre el low cost), el trabajo no deja de ser más cercano a la manufactura, tipo sastrería o artesanía que a algo industrial a lo que aplicar descuentos agresivos.

Teniendo todo esto en la cabeza comencé a escribir este post, pensando en la falta de «cultura legal» que impera en la sociedad y que, de no existir, nos haría la el trabajo más fácil,  evitaría problemas a nuestros clientes, y además podríamos tener unos resultados más satisfactorios, pero creo que a quienes nos falta esa «cultura» es al colectivo de abogados, que parece que le cuesta evolucionar y adaptarse.

«Las especies que sobreviven no son las más fuertes, ni las más rápidas, ni las más inteligentes; sino aquellas que se adaptan mejor al cambio». Charles Darwin